Duia la mirada clavada lluny. Observava des de la finestara d’un Fado el Misteri en el balanceig marí. N’havia escoltat tants … Des dels meus dolors més adolorits interrogava el destí i les estones fosques. Aquell bressol blau acollia tot el meu desconsol sense el més mínim qüestionament. Fado, fatum, destí…
El fado es una cosa muy misteriosa, hay que sentirlo y hay que nacer con el lado angustioso de las gentes, sentirse como alguien que no tiene ni ambiciones, ni deseos, una persona…, como si no existiera. Esa persona soy yo y por eso he nacido para cantar el fado. Amor, celos, ceniza y fuego, dolor y pecado. Todo esto existe; todo esto es triste; todo esto es fado. (Amalia Rodriguez)
Toda poesía—y la canción es una poesía ayudada—refleja lo que el alma no tiene. Por eso la canción de los pueblos tristes es alegre y la canción de los pueblos alegres es triste. El fado, sin embargo, no es alegre ni triste. Es un episodio de intervalo. Lo formuló el alma portuguesa cuando no existía y lo deseaba todo sin tener fuerza para desearlo.
Las almas fuertes lo atribuyen todo al Destino; sólo las débiles confían en la voluntad propia, porque ésta no existe. El fado es el cansancio del alma fuerte, la mirada de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y también le abandonó. En el fado los Dioses regresan legítimos y lejanos. Es ése el segundo sentido de la figura del Rey Don Sebastián. (Fernando Pessoa)
El fado se teje con la misma materia de los días, los segundos y los siglos de Portugal. Su secreta sustancia forma lodos con el trajín de nuestros zapatos. La mano está en el árbol derribado que aprieta trozos de roca. Cuántas mañanas me he sentido muy lejos de tierra firme y he gozado, con nostalgia de náufrago, de los remotos litorales que están al alcance de mi mano. Y es que el fado nos aventaja dolorosamente, ínfinitamente. Se experimenta, aun sin conocerlo, su turbadora presencia en el espacio. Se le adivina por el fervor que enciende. Por la imantación que en el aire engendra la imagen que evoca. (Raúl Romero)